Trepé al castaño y observé sin pestañear. A lo lejos se escuchaban los sollozos de aquellos que aún resistían. La densa fumarada lo cubría todo, y no me permitía divisar la torre del viejo campanario. Aquellos sonidos me estremecían de tal forma que cercaban mi mente y dejaban tras de sí un rastro de infinito pesar. Quería bajar, escapar, pero el viento tórrido que llenaba mis párpados de lágrimas me lo impedía. Pensé que era el fin, pero en verdad, no era más que el principio…

[Microrrelato presentado al Certamen «Relatos en cadena» de La Ser, por Daniel F. Martínez]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

catorce − seis =