Aún faltaban cien días para llegar al destino establecido por la Comisión Militar, sin embargo, nuestra nave, por razones que desconocemos, se desvió de su rumbo y nos acercó a un planetoide no identificado en ninguna carta estelar. Desde una de las ventanillas divisábamos su magestuosidad, era de un color azul intenso y estaba cubierto de unas extrañas informidades blanquecinas, parecidas aun gas flotante que casi cubría la mitad de su superficie.
Estábamos ansiosos por llegar a su atmósfera y así poder analizar su composición, no sabíamos si su aire era respirable.
Las altas temperaturas que soportaron las estructuras externas de la nave fueron las causantes de la pérdida de controles esenciales para un correcto aterrizaje. Ambos perdimos la noción del tiempo, no sabíamos cuánto permanecimos inconscientes por el terrible impacto contra la dura superficie.
Finalmente pudimos salir. Afuera, el aire era oscuro, rancio, lleno de polución que apenas lo hace respirable. Aún así, las máscaras no eran necesarias.
Desde el Espacio, el planeta aparentaba sosiego y belleza. En superficie era devastador, como si un gran cataclismo fuera el causante de su agonía.
Caminamos durante horas sin percibir rastro de ningún tipo de vida. Al horizonte divisamos lo que parecen unas estructuras fabricadas por seres inteligentes. Nuestra curiosidad nos llevó hasta ellos sin pensarlo. Parecía que no había peligro. Eran altas torres que llevaban a lo más alto del cielo.
Pero nadie nos esperaba. Nada se movía. Nada de viento y el aire enrrarecido.
Un cartel con extraños y desconocidos símbolos se mecía sobre nuestras cabezas, a punto de ser derribado por el paso del tiempo. Apuntamos hacia él con nuestro traductor espectrónico, y enseguida tuvimos respuesta:
«BIENVENIDOS A LONDRES»
Quizás el nombre de una antigua colonia gobernada por seres inteligentes, o tal vez el nombre de un civilización extinta…
Quién sabe, de una cosa estamos seguros. Estamos solos en este planeta.
